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LAS MUJERES DE LA INDIA

Os comparto una historia que escribí hace unos años en mi libro “ Rangolis de mi infancia”.

Hace unos años, en un día de fiesta como esté, mis padres compartieron la cena con toda mi familia. La casa se había ido llenando poco a poco de parientes. Las mujeres se enseñaban sus saris nuevos mientras los hombres hablaban del campo o del trabajo o de si en aquel Diwali hacía más o menos calor que otros años. 

Cenaron todos juntos, las mujeres sentadas juntas sobre alfombras de colores llamativos y los hombres repartidos por el resto del comedor. 

 

Después de cenar había la costumbre de ir de casa en casa, saludando y deseando un feliz Diwali a todos nuestros vecinos. Poco a poco, los mayores se fueron yendo hasta que sólo los más pequeños nos quedamos con la gran abuela. Y digo “gran” porque siempre la he visto igual. Vestida con un sari de preciosos colores que cubría su cuerpo esquelético y con su mirada profunda para no perderse ningún detalle de las cosas que pasaban. Era mayor y sabia.

Como hacía mucho calor dentro de la casa, todos salimos al patio y rodeamos el rangoli que aquella misma mañana había dibujado. Entre todos colocamos guirnaldas de luz para darle un tono festivo. El rangoli se convirtió en una estrella de colores llamativos que parecía querer elevarse hacia el cielo. 

Se estaba muy bien bajo aquel cielo estrellado. Mis primos más pequeños se quedaron dormidos en mi regazo mientras cantábamos y reíamos.

Poco a poco nos fuimos tranquilizando. Respirábamos profundamente como si siguiéramos los latidos de la maravillosa tierra que nos rodeaba. 

¡Era demasiado bonito para que fuera realidad!

 

Entonces pasó algo mágico: la abuela empezó a hablar con una voz que no parecía a la suya. Era cálida pero al mismo tiempo contundente. 

Nos explicó que cuando se sentaba bajo un cielo tan bonito como aquel, siempre recordaba un cuento muy antiguo que le habían explicado de pequeña. Y empezó a narrarnos la historia: 

“ Dice una leyenda muy antigua que el Dios de los dioses se sentía muy solo en un universo infinito y pensó que le iría muy bien tener compañía.

Inspirado, creó unas criaturas y les insufló vida con su aliento. Éstas fueron creciendo y multiplicándose hasta encontrar la llave de la felicidad. 

Siguieron su camino y se fueron transformando y avanzando hacia la esencia divina, llegando a formar parte de ella. 

El Dios de los dioses volvió a sentir la soledad y otra vez se quedó solo y una gran tristeza le inundó de nuevo.  

Durante muchos días de reflexión y meditación hasta que un buen día pensó que había llegado el momento de crear nuevamente, pero esta vez quería moldear y dar vida a un ser humano. El único miedo que tuvo fue que éste también descubriera la llave de la felicidad y encontrara el camino hacia Él, para acabar convirtiéndose en divinidad.

Siguió pensando durante mucho tiempo y se preguntaba dónde podría guardar la llave de la felicidad para que el hombre y la mujer no la pudiera encontrar nunca. Se propuso buscar el escondite más secreto y en un primer momento pensó esconderla en diferentes lugares: en el fondo del mar, en una caverna escondida entre las nieves perpetuas del Himalaya o en un remotísimo confín del espacio. Pero no se sentía satisfecho ni seguro de haber escogido el mejor escondite. 

Una vocecita le decía en su interior que el hombre y la mujer acabarían sumergiéndose en el más profundo de los océanos y que tampoco estaría segura en ninguna de las cuevas del Himalaya, pues antes o después la encontrarían. Ni siquiera está segura en los amplios espacios siderales, porque un día el hombre exploraría el Universo. 

¿Dónde la puedo esconder? continuó preguntándose.

Un día, cuando despuntaron los primeros rayos de sol, al Dios de los dioses se le ocurrió que el único lugar donde el hombre no buscaría la llave de la felicidad sería dentro de sí mismo: dentro de su propia alma.

Entonces, con tal sabiduría y conciencia creó al hombre y a la mujer, colocando en su interior la llave de la felicidad”.

Cuando acabó el relato, un gran silencio llenó toda la tierra y la gran abuela dijo: “Os he explicado esta historia para que a partir de ahora en adelante sepáis valorar lo que es realmente es importante en la vida”.

Yo pienso que detrás de este pequeño cuento se esconde el secreto de la vida.

No hay ninguna riqueza material en la Tierra que pueda llenar de felicidad al hombre y a la mujer. Ningún tesoro, ni diamantes, ni joyas pueden dar sentido a nuestra vida. Todo lo material desaparece quedándose en nada. 

Cuando esto ocurre, el hombre y la mujer sienten una gran pena dentro de su alma. Cuando sentimos este dolor, somos capaces de buscar aquello que es real y darnos cuenta de que la llave de la felicidad está en nuestro interior y que con ella se abre la puerta que dará sentido a nuestra vida.

Si aprendemos a mirar dentro de nosotros mismos, seremos capaces de mirar a nuestro alrededor con otros ojos: valoraremos profundamente toda la naturaleza, los animales, grandes, pequeños, y todas las personas que habitan nuestro mundo. 

 

Es a partir de ahora cuando el hombre y la mujer sabrán qué son y por qué les toca vivir, comprendiendo su papel en la Tierra. Asimismo, sabrán que estar en unión con el Universo les proporciona el don de poder crecer en armonía con la naturaleza y con el mundo en el que viven, para llegar poco a poco a la felicidad plena.

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